Puse todo en un tamiz, con una pluma, cinco entradas de cine usadas con malos recuerdos picadas en trozos, unos pétalos de una rosa de mi decimoquinto cumpleaños, restos de un disco con esa canción que te cantaba... Todo ésto a modo de adorno., hice una linda hoja de papel rojizo.
La dejé secar al sol por unos días, mirándolo por horas. La picó un pajaro, la relamió una mosca, la olfateó una abeja y fue pista de aterrizaje de avispas. Al final, sólo era un papel seco que ni los insectos y pajaritos notaron ya.
La tomé y despacio escribí:
El cielo parecía pintura...
y tu risa
¡oh!
tu risa
eterna melodía mía.
Las montañas parecían hormigas
y el sol,
¡oh!
el sol
cristalizado resplandor.
La calle parecía castillo
y las flores,
¡oh!
las flores
parecían indicarme el camino.
La vida parecía un poema,
y la felicidad,
¡oh!
la felicidad
inundaba mis venas.
Pero ya no encaja aquí,
belleza y dolor
en éste destripado corazón.
Pasó el tiempo y la hoja se avejentó, se hizo polvo...
Un día, tras unos pasos rápidos y el dibujo fugaz de una sonrisa, se fundió amor con sacrificio y se creó un aperlado y lindo cristal, en forma de corazón, teñido de rojo, solemne y perfecto fue llevado en el pecho a un encuentro esperado, a ser llenado de mucha risa, bañado en sol, cubierto de felicidad y repelente al dolor.
Estrella fugaz,
cumpleme éste deseo...
Yo tengo el recuerdo feo,
Tú hazme un corazón de trofeo.
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