Ensimismada, mirando sin más en la dirección dónde debe hallarse el techo de la habitación en el que se reflejan, levemente, los haces de luz provenientes de la calle, escurriéndose de la fina cortina que no es gran impedimento para la iluminación externa.
Realmente ella no nota nada de aquello, ni sus labios ahora resecos, quizá menos aún se imagina que ahora se encuentra fría al tacto y extraña a la vista, allí, tan recta y espantada.
Lo que la trajo a la realidad fue una oleada de escalofríos que rodaron su cuerpo, del torso a los tobillos, apenas y se movió entre las sábanas para quitarse la sensación que le había dejado ese hecho.
La incredulidad adopta formas extrañas en los rostros, el de ella era una clara prueba de ello, parecía que sufría pequeños espasmos en sus cejas, que se juntaban y separaban suavemente cómo si estuviera en el afán de comprender algo.
Sus ideas eran terribles y sus conclusiones devastadoras, nadie debería hacerse una mala idea de sí mismo de pronto, pero es que cuando una se encuentra con su esencia dormida, surcando la vía de los caprichos sin ocuparse de aquello que es vital para su alma, no podría tenerse una buena cara.
Posterior a un rato que se llamaría de reflexión, podría dudarse, sólo se tienen datos de observación; su cara se relaja y su posición recobra naturalidad y vida.
Abrazándose a sí misma se denota más alegre y amena hacia su propia piel, que trata de calentar con sus manos. La habitación se siente más calurosa y cómoda ahora, el ambiente pierde la tensión tácita y la cama vuelve a ser una tranquila morada.
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