Los días se me pasan rápido, siento que despierto y ya en un par de horas se me ha acabado el día, tengo una rutina no repetitiva pero que se cumple de forma cíclica, allí estoy terminando una tarea y antes de sumergirme en la incesante búsqueda de conocimiento en la que nos ahogan en la universidad; me tomo un momento de libertad escrita, pues tanto tengo que hablar y sólo se me olvida que nada mejor que escribir para suprimir ese deseo de expresar tanto.
Y como es un día tres, pues te lo dedico mi amor:
El momento que vivímos es el de la salida del sol tras la noche oscura, nos sentimos felices y unidos, quizá hablo por ti y generalizo el sentimiento, al menos yo después de dejarte en tu casa me ardían las mejillas de tanto sonreír por ti, y con eso en mente te escribo éstas alegres palabras.
Lo que me hace inmensamente feliz es tenerte, y poder apreciar todos tus matices, cada momento, encontrar en ti cosas que he desconocido y ahora aprecio más que nunca, es poderte ver sonriendome, es tener ese abrazo cálido calmando mi pecho cuando ha estado intranquilo, es tu paz y tu cariño constante que supera todos los sentimientos incómodos que pueda albergar.
La paz, la tranquilidad de tu alma que se me contagia, la felicidad tonta que a veces se entromete en nuestras conversaciones profundas, las risas y los silencios bien dados entre un beso, el descanso, el abrazo, la caricia y la mirada.
Es magnifico sentir todo ésto, saber que todo esto es propio de ti, que el sentimiento se da así por ti, por como eres, como surges de la adversidad con una sonrisa impactante y real que demuestra la más pura creencia que sólo con buena actitud se conquista éste mundo, te doy de ejemplo mi vida, que conquistaste el mío.
Por cuestiones de tiempo, la carta concluye aquí, pero la felicidad inspiradora y la musa de adorarte cada vez más, no se pausa ni en segundo.
Amándote como si no hubiera un mañana,
Rosani.
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